
SOÑADOR
Camilo Pinto, no tuvo que sufrir como algunos de sus compañeros de colegio tratando de elegir a qué se dedicaría una vez terminara sus estudios. Su fuerte instinto de artista heredado de su padre, no le dio espacio para dudar y el pasatiempo de convertir el barro en esculturas con las que se divertía cuando era apenas un niño, fue tallando su talento entre moldes de alambre y formas de mujeres con vientres alargados, llevándolo sin previo aviso a su primera exposición antes de cumplir 17 años.
En realidad, para nadie que lo conociera en esa época representó una sorpresa verlo avanzar tan rápido por el camino del arte, porque Camilo aprendió a caminar rodeado de lienzos en el taller donde trabajaba su padre y su madre a los que observaba pintar fascinado por la tranquilidad que lo acompañaba, producto de consumirse en cuerpo y alma en el oficio de moldear el color y dominar las formas que surgían como mágicos paisajes desde lo profundo de su Ser.
Hoy, cuando la obra de éste artista colombiano, recorre galerías y colecciones privadas alrededor del mundo, se pone en evidencia el manejo de la técnica adquirida y perfeccionada con más de veinte años de preparar sus propios óleos, calentando cera y mezclando por horas las arenas elegidas cuidadosamente hasta encontrar los colores que lucirán sus obras como trajes maravillosos en las que la presencia femenina es una constante que se combina con elementos mixtos y toda clase de formas.
Su paso por la Universidad Jorge Tadeo Lozano, además de brindarle solidez intelectual a su talento natural, lo impulsó a experimentar y seguramente por eso sus obras incluyen una buena dosis de arte abstracto, por el cual transitó un buen tiempo, pero su amor por las formas se acentuó cuando decidió especializarse en diseño de modas en La Salle School. La visión estética y comercial que infunde el diseño es contundente y lo obliga a recrear una y mil veces el mismo concepto tratándolo desde múltiples ópticas.
Tal vez y gracias a las diversas influencias a las que este artista se expone voluntariamente, su espíritu al momento de crear lo combina todo en beneficio de la sensibilidad y la comunicación. Uno siente que su obra transmite vida y como pocas veces sucede actualmente con el arte, es útil, porque conmueve, acompaña y por supuesto al admirar su belleza nos reconforta e invita a ser progresivamente mejores.
Edgar Vargas