Mario Hernández Prada
RETRATO DE UNA GENERACIÓN
Solo cuando se conversaba horas seguidas con el Maestro Mario Hernández Prada, era posible encontrar la luz, que es lo mismo que, la esencia intelectual que emanaba de esos tres faros omnipresentes en sus cuadros, obviamente casi que invisibles a una mirada que no contara con la lupa propicia para reconocerlos.
Y es qué desde sus inicios formativos para la égida exigente de sus primeros profesores en la Academia de Bellas Artes de Bucaramanga, entre los que figuraban Óscar Rodríguez Naranjo, Carlos Gómez Castro y Rafael Prada Ardila, todos ellos formados en diferentes escuelas de la línea clásica en Europa y por ende, altamente influenciados por el rigor académico, que para el joven iniciado ya traducía en factor de rebeldía, ante lo que él consideraba una formación de copistas.
Superada la primera fase de su formación como pintor, pasó a la instancia superior de la Academia Nacional de Bellas Artes en Bogotá, en una fase compleja donde los profesores de tradición y amplio universo de aceptación y aplausos, se negaban a la apertura de nuevas formas de apropiarse de una propedéutica distinta a la dictada por generaciones enteras, sin desconocer que entre ese grupo, resaltaban figuras que de hecho en su momento habían sido artífices de grandes transformaciones como Domingo Moreno Otero, pionero en mostrar el desnudo femenino y masculino en sus obras; Roberto Páramo con sus atmósferas de difícil remplazo creativo; el antioqueño Francisco Antonio Cano y sus representaciones sin par del costumbrismo criollo y el excelente paisajista Ricardo Borrero Álvarez.
Sobre esta instancia en la fría Bogotá que por la época se enorgullecía de su nominación como la Atenas Suramericana, Hernández Prada expresaba: ¨la verdad, aprendía más al calor de un buen café y unas horas de tertulia en los alrededores de la Universidad del Rosario, que lo que hacía en las aulas de clase, sin querer decir con esto que no reconocía a mis maestros a quienes respetaba, pero no veneraba¨.
Llegaría en esta etapa de su vida un punto de quiebre, cuando se presenta al V Salón Nacional de Artistas con la obra Retrato de una Generación, donde no solo rompe con una propuesta que linda más con la caricatura (en términos de arte aceptaba como expresionismo figurativo), en la que con trazos precisos y con el lenguaje de exigente transcripción, literalmente levantaba el pincel contra sus maestros. A la postre, esta obra que sedujo a los jurados del evento, pero que de ser premiada podría verse como una afrenta contra los maestros, resolvió las diferencias con ser destacada como una obra Fuera de Concurso.
A propósito de esta obra la controversia alcanzó su punto de fusión cuando el jurado de admisión tuvo que ser disuelto, mientras se conformaba una corriente menos adversa a las innovaciones representadas por Hernández Prada, al tiempo que el crítico Walter Engel, aseguraba que era «de los pocos cuadros surrealistas de valor que hasta entonces se había expuesto en Bogotá. Este sólo cuando es suficiente para hacer recordar el nombre de su autor, Mario Hernández Prada».
HERNÁNDEZ PRADA EL PROFESOR
Obviamente la osadía de asumir el rol contrario al establecimiento le costaría caro, traducido en el empeño de los maestros en hacerle la vida a cuadritos y finalmente, empujarlo a renunciar a su proceso formativo y casi a llevarlo a perderse en un rumbo distinto, aplicándose al oficio de la caricatura política al servicio del periódico El País de la ciudad de Cali, donde se radicó por un corto tiempo.
Entre tanto en Bucaramanga sucedían muchas cosas en el seno del devenir de la dinámica del arte y la academia, pues también empezaban a surgir iniciativas contrarias a la formación clásica imperante y se sucedían hechos que evidenciaban la necesidad del siguiente paso, con hechos como la renuncia al cargo de director de Óscar Rodríguez Naranjo, el rechazado remplazo por cuenta del maestro Carlos Gómez Castro poco aceptado en razón a su fuerte carácter y el nombramiento sorpresivo de un hasta entonces desconocido Jesús Niño Botia, cuyo único referente era el premio otorgado por un exigente jurado nacional, en el Salón Regional de Artistas convocado por la naciente Cámara de Comercio de Bucaramanga, donde había superado a todos sus maestros que también participaban.
En medio de ese agitado mar, aparece en escena Mario Hernández Prada, que es visto como la mejor alternativa para ¨salvar¨ la academia. Literalmente, trajeron al ratón a cuidar el queso, puesto qué de entrada, el espíritu reformista del nuevo director comenzó a hacerse notar, con decisiones aparentemente sin importancia como la suspensión del Salón Anual de Arte que se hacía en el Club de Comercio y donde tanto estudiantes, como maestros exponían sus obras con gran éxito comercial.
¨Se trataba de poner las cosas en su sitio, esas ferias para vender barato y de paso hacer sentir a los alumnos como si ya hubieran coronado, no podían aceptarse y aunque no era amigo de la disciplina per se, resultaba necesario poner las cosas en consonancia y este era un principio, de cara a reorganizar la institución, lo que se logró con la creación de Instituto Santandereano de Cultura Artística – INSAC-¨.
No queda la menor duda que el proceso académico forjado por Hernández Prada, fue un pase de página completo y con él, vino el surgimiento de una nueva generación de artistas que darían todo de qué hablar en materia del arte, a pesar de la casi nula aceptación de la crítica nacional, que elogiaban la producción, pero no aceptaban a sus protagonistas, negados a aceptar lo que el Maestro Jorge Mantilla Caballero denominaba el visto bueno de la comunidad del pétalo.
Sobre su papel de profesor, Mario Hernández Prada era sustantivo en asegurar: ¨lo mío no fue enseñar a pintar, fue enseñar a pensar. Si una obra de arte no involucra un proceso intelectual previo, no puede definirse sino como un bonito manchón¨.
Rendido homenaje al artista, al maestro, al intelectual y al gran iluminado de la estética del pensamiento.
CÉSAR MAURICIO OLAYA
Comunicador Social – Periodista